En el taller de Artes Gráficas el punto padre miraba al punto madre y exclamaba:

-¡Pero bueno, como hemos podido tener un hijo así!

La pequeña comita no entendía aun lo que su padre quería decir, pero por la expresión de su rostro, comprendió que no iba a ser muy bien recibida. Y no se equivocaba.

-No ruedas lo suficiente, le regañaba su padre; en las hileras de puntos suspensivos, siempre te quedas atrás. Eres un desastre, -continuaba su padre- soy el hazmerreir de todos los demás puntos.

La comita se sentía desplazada de un mundo de puntos donde todo era corrección y orden. No existían espacios abiertos donde poder jugar, y mismamente la comunicación con los puntos se hacía más que imposible.

-Todos son muy serios y orgullosos y nunca me van a querer, así que me marcho.

Llorando se alejó pausadamente la comita de aquel lugar donde no encajaba y donde solo había aprendido que no valía para nada.

-¿Tu quién eres?

-Yo soy una “a”

¿Y qué haces?

-Pues… verás, para que lo entiendas, te diré que juego con otras amigas formando palabras.

-¿Y te diviertes?

-¡Claro que sí! Mira por ahí vienen mis amigas “adiós”

¡Eh!, la gritó alguien, ¿Qué haces tan sola?

-¿Quién me llama?

-Soy yo

-¿Quién eres tu?

-Yo soy un artista, me llaman acento.

-¿Y qué haces?

-Yo, yo – se atropella el acento henchido de satisfacción- coloreo a las palabras, las engrandezco, las embellezco, las…

-Es precioso, -decía la comita-.

-Mira, continuó el acento, mi obra maestra se llama fantasía… y, bueno, sería largo de explicar y tengo prisa, así que ya nos veremos.

Después se encontró con una interrogación y la hizo las mismas preguntas:

¿Yo? – Decía la interrogación-, ¿De dónde vienes?, ¿Adónde vas?, ¿Crees qué…? ¿Piensas en …?

En verdad que nunca voy a saber nada de la interrogación, -pensaba la comita- alegremente iba la comita pensando en todos estos nuevos amigos que había conocido, cuando de pronto una fuerte voz la detuvo.

-¡Qué haces por aquí!

-No nada malo señor, -dijo la comita un tanto asustada-

-Yo soy el paréntesis, y mi obligación es cerrar a todos los desocupados y ociosos como tu.

En este momento se presentó la exclamación.

-¡Qué pasa aquí!, -dijo-

He cerrado a esta coma por estar vagueando -dijo el paréntesis-

-Ah, -exclamó la exclamación-.

-No es cierto señora exclamación, dijo la comita, yo quiero trabajar.

-¡A trabajar, pues!, -le dijo-.

Y como era todavía muy pequeñita, la llevaron a trabajar a una cartilla de párvulos. ¡Qué agradable era estar sirviendo para algo!: La casita tenía una habitación, una cocinita, una…

En la línea de arriba había además más comas igual que ella y pronto se hicieron muy amigas. Era divertido ver como los niños hacía una pausa cuando llegaban a ella, lo que la hacía sentirse importante. Otros por el contrario se la saltaban, lo que la daba mucha tristeza, pues se sentía ignorada.

-No te preocupes, le daba ánimos una coma amiga suya de la línea de arriba. Nuestra labor aquí es importante, -continuaba la coma amiga-, verás, tenemos que conseguir que los niños se paren en nosotras, porque si nos saltan, mañana se pasaran un punto, y así, nunca aprenderán a leer y a comprender lo que leen.

-Tienes razón, -dijo nuestra amiga la coma-.

Y por primera vez en su vida se sintió importante y feliz.

 

Ángeles Martín. Psicologa Clínica. Fundadora y directora del IPG (M) y de la Escuela de Psicoterapia Gestalt

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