Gestalt y el Fin de Etapas Vitales: Una Perspectiva Clínica desde la Psicología del Contacto

A lo largo de la existencia, los seres humanos atravesamos distintas fases que configuran nuestro desarrollo vital: la infancia, la adolescencia, la adultez joven, la adultez media y, finalmente, la vejez. Cada una de estas etapas representa no solo una secuencia cronológica, sino un auténtico umbral experiencial. Estos tránsitos, lejos de ser neutros o meramente evolutivos, suelen estar marcados por intensas vivencias psicológicas, duelos implícitos y resignificaciones identitarias que, en muchos casos, confrontan al individuo con la necesidad de soltar lo conocido y abrirse, a veces con temor y otras con anhelo, a lo desconocido que viene.

En este contexto, la Terapia Gestalt se ofrece como un enfoque profundamente humano y clínicamente relevante, capaz de acompañar de forma respetuosa y eficaz estos momentos de transición. Su mirada fenomenológica y relacional no solo permite observar lo que ocurre en la superficie del cambio, sino que penetra en la complejidad del darse cuenta y del contacto en la frontera, allí donde el self se disuelve y se reorganiza, allí donde la vida reclama una nueva configuración de sentido.

Desde esta perspectiva, cada etapa vital puede entenderse como una figura que emerge en el campo experiencial del individuo. Cuando esa figura se completa, cede su lugar a otra, dando paso a un nuevo ciclo. Esta dinámica, que se inspira en el modelo gestáltico del ciclo de autorregulación organísmica, revela una lógica de continuidad interna: no hay cierre sin apertura, ni pérdida sin potencial integrador.

Sin embargo, cuando el ciclo queda interrumpido —por miedo, por rigidez, por la presión de lo no elaborado—, pueden aparecer bloqueos existenciales, formas de retroflexión o polaridades enquistadas que impiden al sujeto habitar con plenitud el presente (Perls, 1975).

En momentos de tránsito, el darse cuenta se agudiza. El sujeto se ve forzado a mirar de frente lo que se desdibuja, lo que se extingue, pero también lo que pugna por nacer. Jean-Marie Robine (2006) ha descrito con precisión este terreno liminal, señalando que es precisamente en este vacío fértil —cuando el viejo self se diluye y el nuevo aún no tiene forma— donde el terapeuta debe anclarse desde una presencia contenida, sin directividad, sosteniendo ese espacio de incertidumbre que tanto intimida como fertiliza.

Las experiencias de cierre —ya sea el paso de la adolescencia a la adultez, el final de la vida reproductiva, la jubilación o la pérdida de un rol social central— suelen ir acompañadas de emociones ambiguas: nostalgia, desorientación, miedo, tristeza, a veces rabia o euforia que oculta el vértigo. Si estos afectos no encuentran un espacio de acogida y elaboración, pueden cristalizar en manifestaciones sintomáticas, muchas veces confundidas con cuadros depresivos o ansiosos, cuando en realidad son expresiones de una necesidad psíquica de tránsito y reelaboración.

El acompañamiento clínico desde la Gestalt favorece una reconexión con esas emociones, permitiendo al paciente habitarlas y resignificarlas. Se trata de facilitar un proceso en el que el contacto no solo se produzca hacia fuera —con el entorno—, sino también hacia dentro, con las propias vivencias internas. Como plantea Greenberg (2000), solo en un entorno terapéutico que prioriza la seguridad emocional y la autenticidad relacional, el paciente puede entregarse al proceso de sentir lo que hay, sin juzgar ni forzar la dirección del cambio.

Este marco cobra especial sentido en etapas como el climaterio femenino, donde el cierre del ciclo reproductivo no solo tiene implicaciones biológicas, sino también culturales, emocionales y simbólicas. El trabajo con mujeres en este tránsito requiere visibilizar los duelos por la fertilidad, pero también los mandatos culturales que condicionan la vivencia de esta fase como una pérdida de valor o atractivo.

En este contexto, técnicas como la silla vacía permiten dialogar con partes internas en conflicto —la que teme el cambio, la que añora lo perdido, la que desea pero no se atreve— y favorecen una integración que no anula las polaridades, sino que las articula desde una nueva comprensión.

Resulta crucial, además, considerar la dimensión existencial que subyace a todo proceso de cierre vital. Tal como afirmaba Viktor Frankl (1984), todo final encierra una posibilidad de sentido. Desde la visión gestáltica, ese vacío que se abre cuando algo concluye no es una ausencia, sino un campo emergente. Un espacio fértil que solo puede ser habitado si se acepta la incertidumbre, si se transita sin prisas y si el terapeuta se mantiene presente sin invadir, facilitando un darse cuenta que conecta al paciente con recursos que tal vez ignoraba que poseía.

No puede obviarse, en este análisis, el peso de las narrativas culturales en la forma en que las personas transitan estos umbrales. Vivimos en sociedades donde la productividad y la juventud son valores hegemónicos, y eso marca profundamente cómo se vive, por ejemplo, la jubilación.

En ese marco, dejar atrás la vida laboral activa puede percibirse como una pérdida de identidad y utilidad. Aquí, el trabajo gestáltico permite abrir grietas en ese discurso dominante, desactivando visiones patologizantes y permitiendo que emerjan significados más auténticos y personales.

Acompañar el fin de una etapa no es empujar al paciente hacia la aceptación forzada, sino ayudarle a transitar un duelo simbólico con dignidad y profundidad. Se trata de facilitar que el dolor sea sentido, que lo vivido sea celebrado, y que lo por venir pueda ser imaginado no desde la expectativa, sino desde la posibilidad abierta. En última instancia, el enfoque gestáltico nos recuerda que lo esencial no es cerrar por cerrar, sino cerrar para abrir. Y que en cada frontera de contacto se juega una nueva oportunidad de habitarse con mayor verdad.

Bibliografía

  • Frankl, V. E. (1984). Asumir lo efímero de la existencia. Barcelona: Herder.
  • Greenberg, L. S. (2000). Emociones: una guía interna. Cuáles sigo y cuáles no. Bilbao: Desclée De Brouwer.
  • Perls, F. S. (1975). Yo, hambre y agresión. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.
  • Robine, J. M. (2006). Terapia Gestalt: la vía del contacto. Bilbao: Desclée De Brouwer.