Introducción
La terapia Gestalt representa mucho más que una técnica psicoterapéutica: es, en esencia, una filosofía clínica que se arraiga en una visión profundamente humanista y existencial del ser humano. Su eje central es el presente vivido, el reconocimiento fenomenológico de la experiencia y el contacto genuino con uno mismo, con el otro y con el entorno que habitamos. Desarrollada en la segunda mitad del siglo XX por figuras como Frederick «Fritz» Perls, Laura Perls y Paul Goodman, esta corriente nace como una respuesta crítica y alternativa al psicoanálisis clásico, alejándose del modelo interpretativo y apostando por una metodología experiencial que privilegia la vivencia directa y la autorresponsabilidad.
En contraposición con enfoques clínicos que colocan el inconsciente como epicentro del proceso terapéutico, la Gestalt propone una praxis donde el terapeuta no interpreta desde la distancia, sino que participa activamente como presencia viva, como un otro significativo cuya autenticidad facilita la emergencia de lo reprimido y lo no expresado (Yontef & Jacobs, 2011). Esta presencia, cargada de implicación afectiva y ética, configura un espacio terapéutico de encuentro y resonancia, donde la verdad de la experiencia adquiere primacía sobre la narrativa explicativa.
Así, la conciencia no se reduce a un fenómeno cognitivo, sino que se revela como una totalidad sensorial, afectiva y relacional que favorece procesos de integración y autorregulación.
Fundamentos clínicos y aportes diferenciales
Uno de los ejes fundamentales de la terapia Gestalt es el concepto de «darse cuenta» (awareness), entendido como una forma de conciencia expandida que permite al individuo tomar contacto con lo que está ocurriendo, tanto en su mundo interno como en su relación con el entorno, sin filtros de juicio, ni anticipaciones cognitivas. Esta toma de conciencia no es meramente observacional, sino profundamente transformadora, ya que abre la posibilidad de reconocer y cerrar ciclos inacabados —las llamadas situaciones inconclusas— que suelen cristalizarse en patrones de evitación, malestar o sufrimiento crónico (Perls, 1975).
En esta línea, la terapia se convierte en un proceso de reapropiación subjetiva, donde el paciente asume un papel activo en su forma de habitar el mundo, reconociendo sus polaridades y abriéndose a la integración de lo negado.
Esta capacidad de favorecer el contacto consciente encuentra especial aplicabilidad en problemáticas clínicas marcadas por la fragmentación del yo, como los trastornos por uso de sustancias y los trastornos de personalidad, donde la escisión entre emoción, pensamiento y corporalidad es un rasgo central. En estos casos, la Gestalt actúa como una herramienta de reunificación experiencial. Dominitz (2017), en su estudio de caso con un paciente con diagnóstico dual, evidencia cómo el trabajo con polaridades internas y el acceso a emociones bloqueadas facilitó una reorganización significativa del sentido de sí, promoviendo procesos de integración identitaria y autorregulación afectiva.
En el campo de la terapia de pareja, el enfoque gestáltico ofrece una alternativa relacional que trasciende la mirada clínica centrada en la disfunción o el déficit. Desde esta perspectiva, el conflicto no se concibe como un síntoma a eliminar, sino como una oportunidad para reconfigurar el vínculo en una clave creativa y dialógica. Paskalieva (2022) subraya que la Gestalt invita a las parejas a entrar en un proceso de co-creación continua, donde el encuentro con el otro se convierte en espejo y posibilidad de transformación.
El énfasis en el aquí y ahora relacional, en el contacto genuino y en la expresión emocional directa, permite desmontar narrativas de culpa o victimización, y abre espacio para un reencuentro con el deseo mutuo y la responsabilidad compartida.
Aplicación en contextos clínicos
La vida contemporánea, marcada por la aceleración, la hiperconectividad y una creciente fragmentación de los vínculos, impone nuevos desafíos a la clínica. En este escenario, la Gestalt se erige como una propuesta terapéutica que busca restaurar la capacidad de habitar el presente de forma encarnada, emocional y vincular. Su metodología, centrada en la experiencia, promueve una reconexión con el cuerpo como lugar de sentido, con la emoción como guía de autenticidad y con la palabra como gesto encarnado que nombra y transforma.
Este enfoque resulta especialmente valioso en el trabajo con niños y niñas, donde el lenguaje verbal no siempre es el canal principal de expresión. Tal como plantea Cornejo (1996), la terapia Gestalt infantil integra el juego, la corporalidad y el vínculo afectivo como herramientas terapéuticas privilegiadas, permitiendo una elaboración simbólica de las vivencias difíciles sin necesidad de recurrir a la verbalización explícita.
A través de recursos como la silla vacía, el cuaderno terapéutico o la interacción con animales, se posibilita un espacio de exploración respetuosa del mundo interno infantil, donde el niño no solo narra, sino que vive en acto sus emociones, resignificándolas desde una experiencia contenida y validada.
Así, la Gestalt no se limita a intervenir sobre la sintomatología, sino que propone una forma de estar-en-el-mundo más plena, más consciente y más relacional. En tiempos de crisis subjetiva, aislamiento afectivo y precariedad vincular, esta terapia ofrece un refugio de sentido, un espacio de reparación y una posibilidad real de transformación.
Conclusión
La terapia Gestalt trasciende su definición como técnica psicoterapéutica para convertirse en una postura ética y existencial ante el sufrimiento humano. Su apuesta por el presente, la autorresponsabilidad y la integración de la experiencia en todas sus dimensiones —cognitiva, emocional, corporal y relacional— la convierten en una propuesta clínica de profunda actualidad y vigencia. En un mundo donde lo inmediato muchas veces desplaza lo auténtico, la Gestalt reivindica el valor del contacto real, del darse cuenta y de la presencia como núcleos transformadores. Más allá de su eficacia clínica, lo que esta terapia ofrece es una invitación a habitar la vida con mayor conciencia, creatividad y conexión con lo esencialmente humano.
Referencias
- Cornejo, L. Z. (1996). Manual de terapia infantil gestáltica. Desclée de Brouwer.
- Dominitz, V. (2017). Gestalt therapy applied: A case study with an inpatient diagnosed with substance use and bipolar disorders. Clinical Psychology & Psychotherapy, 24(1), 36–47. https://doi.org/10.1002/cpp.2016
- Paskalieva, R. (2022). Couple therapy from a Gestalt perspective. International Journal of Advanced Research. https://doi.org/10.21474/ijar01/15837
- Perls, F. (1975). Yo, hambre y agresión. Fondo de Cultura Económica.
- Yontef, G., & Jacobs, L. (2011). Gestalt therapy. En J. C. Norcross (Ed.), Psychotherapy relationships that work (2.ª ed.). Oxford University Press.