Existe una paradoja curiosa en el mundo de la salud mental: en algunos enfoques académicos o clínicos, es posible obtener un título para tratar la psique humana sin haber explorado jamás la propia. Se asume que basta con aprender la técnica, el diagnóstico y el protocolo.
En la Terapia Gestalt, y especialmente en nuestra visión desde el IPG de Madrid, esto es inconcebible.
La Gestalt es un modelo experiencial y humanista. Aquí, la «técnica» no es un manual frío que se aplica sobre el paciente; la herramienta principal de trabajo es la propia persona del terapeuta. Por eso, el trabajo personal profundo (hacer propia terapia) no es una opción o un «extra»: es un requisito ético e indispensable.
1. El terapeuta como instrumento afinado
Imagina a un cirujano que opera con bisturís oxidados o sucios. Sería una negligencia, ¿verdad? En psicoterapia, el instrumento es la psique, la emoción y la presencia del terapeuta.
Si el terapeuta no conoce sus propios «puntos ciegos», sus heridas no sanadas o sus miedos, estos actuarán como suciedad en la lente. El trabajo personal sirve para limpiar esa lente, permitiendo ver al paciente tal y como es, y no a través del filtro de nuestros propios prejuicios o conflictos.
2. Evitar la proyección: Para curar, no para confundir
Uno de los mayores riesgos en terapia es lo que llamamos proyección. Si yo, como terapeuta, tengo un conflicto no resuelto con la autoridad, la ira o la tristeza, es muy probable que, inconscientemente:
- No tolere que mi paciente exprese esas emociones.
- Interprete sus vivencias basándome en mi historia, no en la suya.
- Intente «salvarle» para sentirme yo mejor, en lugar de empoderarle.
El terapeuta gestáltico se trabaja a sí mismo para poder distinguir claramente: ¿Esto que siento es mío o es tuyo? Solo desde esa claridad se puede ofrecer un espacio seguro.
3. Coherencia: La Gestalt como actitud de vida
La Gestalt no es una bata blanca que nos ponemos de 9:00 a 14:00 y nos quitamos al salir de la consulta. Es una filosofía de vida basada en la autenticidad, la responsabilidad y la presencia.
Sería profundamente incoherente pedirle a un paciente que se atreva a sentir su dolor, que se responsabilice de sus actos o que viva en el presente, si nosotros vivimos desconectados, culpando al entorno o huyendo de nuestras emociones. El trabajo personal nos permite predicar con el ejemplo. No porque seamos perfectos o ideales, sino porque estamos comprometidos con un camino de autoconocimiento. Un terapeuta que intenta vivir con bienestar y coherencia es un modelo de referencia sano para sus pacientes.
4. La profundidad del acompañamiento
Hay un dicho muy cierto en nuestra profesión: «Solo podrás acompañar a tu paciente hasta la profundidad a la que tú mismo te hayas atrevido a bajar».
Si un terapeuta tiene miedo a tocar su propio vacío existencial, cortará la terapia cuando el paciente se acerque a ese lugar. Si un terapeuta ha transitado, llorado y elaborado sus propios duelos, podrá sostener la mano del paciente en el abismo sin asustarse, transmitiendo una calma real, no fingida.
Compromiso con la profesión en el IPG
En el IPG de Madrid, entendemos la formación en Terapia Gestalt como un viaje de transformación personal. No solo formamos profesionales que «saben» teoría; formamos personas que «son» terapeutas.
Fomentamos y exigimos el trabajo personal porque creemos que la mejor manera de cuidar a los pacientes es cuidando a quienes les atienden. Una Gestalt contemporánea es aquella donde el terapeuta es humano, vulnerable y, sobre todo, consciente de sí mismo.
Nacho Martín
Psicólogo y Formador del Equipo del IPG











